diciembre 19, 2022

Julio 21, 1932- Diciembre 7, 2022

Conocimos a Stella Uribe de Echavarría al final de los años 60s-comienzos de los 70ª, cuando Luis Fernando, su esposo, estaba organizando un concurso arquitectónico para el edificio una de las empresas emblemáticas de Antioquia (su presidente) y quería que yo participara de dicho concurso pues había visto que yo participé con mi profesor de arquitectura de MIT, Horacio Caminos, y otros arquitectos locales, en el concurso del edificio para la empresa textil COLTEJER. Le encantaba promocionar talentos jóvenes y pensó que yo, recién egresado de la universidad en Boston, quien estaba haciendo mis primeros pinitos, dándome a conocer como arquitecto en Medellín, encajaba en su empeño de fomentar juventudes.

Unos años más tarde, los visité en su casa, Mazatlán, en El Poblado cuando Luis Fernando era ministro de Hacienda, pues estábamos gestionando un préstamo con PROEXPO para nuestro incipiente proyecto de flores de exportación, Flores Del Caribe (Florcaribe). Mientras Luis Fernando llegaba del aeropuerto desde Bogotá, me recibió Stellita (como en un futuro se convirtió en su nombre “oficial” para nosotros), y ahí quedé prendado de esta señora, mayor que yo, con esa sonrisa y esa miraba tan directa y dulce que derretía y embrujaba de una manera tan digna, con tanta clase, y a la vez con tanta sencillez para una persona que, para un joven como yo, representaba la crema y nata de la sociedad. Sería injusto no decir que Luir Fernando (“Luisfer”, como más tarde se convertiría igualmente en su nombre oficial para nosotros), no desarmaba igualmente con su sonora sonrisa, rebosante energía, esa cara amable y esa sencillez que en el caso de la entrevista, todo un señor ministro, irradiaba bondad, bonhomía y una clase y alcurnia de las ya legendarias en aquel entonces.

No había manera de no caer en ese encanto de ensueño de este matrimonio. Sus personalidades arrolladoras, su amabilidad, sus sonrisas que emanaban ese “no sé qué” encantador nos envolvieron de por vida. Fue el comienzo de una amistad que motiva este obituario, este “hasta pronto, Stellita”, a quien Luisfer se le adelantó por casi una década, para prepararle el camino y para que entrara como toda una reina en ese Reino máximo, el Cielo.

Todo lo que hacían Luisfer y Estelita lo hacían en equipo, y todo nos causaba una gran admiración. No dejaban nunca de asombrarnos. Y explico por qué.

Para comenzar, levantaron una familia de 8 hijos, 7 mujeres y un hombre, de una manera poco convencional, especialmente para nuestro medio colombiano. Primero, enseñándoles cómo sus abuelos colonizaron tierras agrestes, abriendo monte y desarrollando cultivos y ganaderías. Para ello, en su hacienda del Alto Sinú, a donde llegaban en la avioneta piloteada por Luisfer, cargada de niños a reventar, a que se “untaran de boñiga” y aprendieran de las vicisitudes y de las alegrías de cultivar el campo. Lo otro, en la ciudad, para que aprendieran de sus dos abuelos, don Rudecindo Echavarría y don Vicente Uribe Rendón, dos figuras emblemáticas de Antioquia y del país, (los últimos “dones” de la historia reciente de nuestra sociedad), para que aprendieran lo que era “hacer empresa”. Estos abuelos hicieron parte de los fundadores del concepto “empresarios” con los que Antioquia se catapultó a la fama y donde nos criamos todos.

Para culminar, cuando al finalizar su ultimo compromiso laboral como ministro de finanzas, Luisfer y Stellita tomaron una de esas decisiones que se llaman “heroicas”: vender todo lo que tenían en Colombia, rechazar ofertas de cargos llenos de orgullo, nombre, prestigio y satisfacción, y tomar rumbo a Fort Lauderdale. Su único objetivo, educar a sus 8 hijos, pues consideraban que la mejor herencia que les podían dejar era la de una buena educación superior. Y que esta educación se encontraba en Estados Unidos, algo que desgraciadamente en esos momentos tan difíciles en la vida colombiana, no se presentaba.. Y así lo hicieron. Todos sus hijos (recordemos: 7 mujeres y un hombre!) son egresados de universidades, varios de ellos con títulos de Magister y un par de ello como PhDs. Labor titánica, pues fueron 15-20 años de total dedicación a la educación de sus hijos. Cómo lo hicieron? Irradiando amor, comprensión, empatía, dejando que cada uno de ellos siguiera su búsqueda individual de su felicidad. Como diría Joseph Campbell: “To Follow Your Bliss”.  

Fue en Miami donde los volvimos a encontrar en 1978 y donde comenzó una amistad-hermandad-cuasi hijos adoptivos donde compartimos enormes alegrías, penas, sinsabores y éxitos. Pero siempre dentro de ese espíritu de hermandad, de bonhomía que caracterizaba a Luisfer y a esa Lady hermosa, Stellita. Y fueron tan exitosos en ese empeño!. Cada hazaña de una de sus hijas o de Rudecindo, su hijo, llamado así en honor a su abuelo, nos llenaba de alegría, incluyendo hoy día las hazañas y éxitos de los nietos. Celebrábamos con ellos como si fueran hijos nuestros, o en este caso, cuasi hermanos y cuasi tíos. Fue así como, por ejemplo, viajamos al Sundance Festival acompañando a Alejandro, hijo de Catalina, a presentar y lograr colocar su película “Monos”. Que alegría!

Llegar a la casa de Luisfer y Stellita, era llegar a un oasis de amor y de encanto. Y no exagero. Fieles a ese lema propio del idioma Inglés de “Never Complain- Never Explain”, jamás escuchamos de ellos una queja, un mal hablar sobre alguien, historias negativas sobre algo, (cuando algo negativo sucedida y se mencionaba, era dentro del contexto de encontrar soluciones, o de no de profundizar en lo negativo). Stellita, una perfecta “Jewish Mother” como le decíamos, nos recibía primero con una sonrisa monumental que sentaba el ambiente a seguir y luego nos ofrecía un refrigerio, un almuerzo, una comida, lo que fuera, sacada como por arte de magia de una nevera cargada de pequeños platos con comida lista para calmar el hambre o la sed de hijos y nietos o amigos que llegábamos al “Houston Center Control”, como apodamos ese hogar que derramaba bondad a borbotones. La puerta siempre estaba abierta y siempre había un par de hijas o de varios nietos durmiendo por una o dos noches, cuando pasaban en su incesante y eterno peregrinar por el mundo. 

Cuatro de las hijas viven en Quito. Son empresarias agrícolas, consultoras internacionales sobre el Medio Ambiente, Intelectuales respetadas y reconocidas. Inés, Clemencia, Imelda y Martica, la menor de todas. Otra, Mónica, arquitecta también, nómada perenne, ha vivido en los lugares más exóticos con su marido Indio, Sanjai, como son Hong-Kong, Nueva Delhi y quien sabe cuántas ciudades más. María Luisa, una gran intelectual y filóloga, radicada en Austin, Texas, Rudecindo es uno de los más altos funcionarios del Departamento de Estado norteamericano, especializado en “Remote Sensing” satelital. Catalina, nuestra gran hermana del alma, arquitecta insigne, ha tenido una vida digna de un libro debido a su creatividad, resiliencia, capacidad de rebote, que ha sabido tratar el éxito y el fracaso, “esos dos grandes impostores” de la misma manera. Sus hijos, Alejandro, Cristina y Tomás, nuestros hijos adoptivos, son ejemplo de creatividad, inventiva, bondad, compasión, verdaderos ciudadanos del mundo del siglo XXI.

Pero por encima de todo, como la gran sombrilla protectora, la gallinita que supo criar a sus pollitos y sacarlos adelante, siempre con esa sonrisa, sofisticación cargada a su vez de sencillez, estuvo siempre presente Stellita. Cuando entraba en un recinto, irradiaba amor, dulzura, cariño humano. Un magnetismo personal, que hacía que las miradas se dirigieran hacia ella. Fue hermosa por dentro y por fuera. Su cabello blanco, legendario, y su sonrisa, desarmaban al más frio y difícil personaje que podía encontrarse en su camino. Fue la “Gran Dama” de nuestra sociedad. Una mezcla increíble de esa estirpe antioqueña tan escaza hoy día. Siempre bien puesta, ya sea en la cima de su puesto en la sociedad, o en la sencillez de su hogar rodeada de sus hijos y nietos.

Pero es imposible hablar de Estelita sin hablar de Luisfer. Eran dos caras de una misma moneda. Una simbiosis perfecta. Desde que murió Luisfer hace ya casi una década, murió una gran parte de Stellita. Esa llamarada de energía atendiendo hijos, nietos, amigos de los nietos, amigos de ellos mismo, se fue convirtiendo en una “débil llamita al viento”  que se fue extinguiendo con los años, poco a poco. Sencilla y llanamente, eran “el uno para el otro” en el verdadero sentido de la palabra. Al partir los dos, muere con ellos toda una época como la representó Jorge Robledo Ortiz con su poema “Siquiera Se Murieron Los Abuelos”, aquella de una “Antioquia Grande Y Altanera”. Este obituario por Stlelita no quedaría completo si no se incluyera en él a su bien amado Luisfer. Por ello, hubo que esperar a que Luisfer saliera al encuentro de su adorada Stellita , nombre que quiere decir “luz” precisamente en el “día de las velitas”, (o escuchar la música de El Arrebato titulada “Gente Luminosa”- eso fueron ellos dos),   para poder escribir estas líneas de un “hasta pronto”, a ese par de titanes de nuestra sociedad. Que Dios les de la paz eterna que tanto se ganaron en este peregrinar terrestre.

Rodrigo Arboleda
Diciembre 9, 2022

En nuestro barco “Nirvana”, Noviembre 2002

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En mi 70 cumpleaños, Diciembre 2012

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Rodrigo Arboleda

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