1942- 2022
Conocimos a Santiago Morales y a su esposa Eloisa Ferro hace unos 24 años. Nos unió en aquel momento nuestro mutuo amor por la navegación. Hicimos parte de una flotilla de unos 8 barcos familiares que desde el 2001 comenzamos a peregrinar anualmente a las Bahamas, visitando cada año un grupo de islas diferentes. Las Exumas, Abacos, Eleutheras, Berry. Cual de todas más hermosa e idílica. La transparencia y color del mar, las playas blancas y prístinas, impolutas. Era nuestro ritual de descompresión anual en un ambiente de fraternal camaradería y calor humano edificante. Familias cubanas, españolas, salvadoreñas, nicaragüenses, y nosotros como colombianos, conformamos lo que nos dio por llamar la “Armada Invencible”, comandada por un gran amigo español, Alan Ojeda, a quien apodamos “El Almirante”.
Conocimos entonces desde ese comienzo la increíble historia personal de Santiago y, obviamente, la de Eloisa. Quedamos prendados de los dos. Entender cómo demonios una persona que pasó 18 de sus mejores años en una cárcel cubana y nunca escucharle ningún comentario cargado de resentimiento, amargura, bilis o revanchismo, nos dejó no solamente pasmados sino increíblemente “tocados” por esa personalidad arrolladora, positiva y cargada hasta no más de amor por la vida. En uno de nuestros viajes, escampando de una tormenta tropical caribeña, de esas que con frecuencia llegaban sin anunciar y obligaban a quedarnos en puerto, resguardándonos, pasó por nuestro barco, haciendo su acostumbrada ronda mañanera con su cafecito cubano y su puro, a saludar. “Hola Rodri, buen día, que maravilla de día!”. Le digo en respuesta: “Estás loco Santi?, no ves el chubasco que está cayendo?”. Me dice con esa voz fuerte y asertiva que se mandaba: “pero Rodri, no te das cuenta que estamos en el paraíso y que estamos vivos y con salud?”. Fue una lección de vida que me acompañará por siempre desde aquel día.
Todos conocen mas o menos lo que se ha publicado de su trayectoria como opositor al Castrismo y al comunismo y su largo devenir como activista político, defensor de la democracia liberal. Su caso tiene repercusión no solo local sino internacional. Eso, de por sí, daría para una crónica muy nutrida y cargada de anécdotas increíbles. Sus aprendizajes en la cárcel. El graduarse de electricista y convertirse en el “todero” o cuasi “handy man”, sus clases a sus menos ilustrados compañeros de infortunio, sus amigos tan diversos y “colorful” como decía, en dichas pocilgas, son ya legendarias. Entrar a la cárcel con escasos 18 año y salir con 36, todo ese período que todos consideramos como “nuestro mejores años”, ya de por si nos pareció una historia de esas que cautivan, aterran, ponen los pelos de punta, que producen impacto.
Pero lo que verdaderamente cautivó nuestros corazones fue su historia de amor. Esa no solo daría para una crónica más abundante aún, sino para un libro, una película, o una serie de las tan populares hoy día en Netflix (varias personas y entidades se lo sugirieron a lo largo de su vida, cuando escuchaban su relato). El salir de la cárcel, llegar a Miami gracias a la labor de un influyente banquero de la época y de otros cubanos empecinados en sacar de las cárceles a presos políticos y traerlos a este país, algo que inclusive creó grandes y controversias internas en el llamado “exilio cubano” durante la presidencia de Carter, presentarse de repente, como caído en paracaídas, en busca de su amor “imposible” de infancia (el padre de Eloisa se oponía rotundamente a dicha relación), hace parte de ese relato con connotaciones de drama Shakespeariano. Culmina, finalmente, en cuarenta y pico de años de matrimonio bajo ese signo mutuo de los dos, “never-a-dull-moment”, con exitosa vida comercial, intelectual y política en el exilio. Años que son testigos no solo de la personalidad arrolladora de Santiago, sino de su compañera de vida, Eloisa. Esta pareja tan especial es la que nos acompañó durante estos veintipicos años al compartir vivencias, tertulias, discusiones de vida, navegación por la Bahamas, siempre dentro de un espíritu tan positivo, creativo, viendo el “vaso medio lleno”. Algo que siempre acompañó a Santiago, algo que Eloisa no solo apoyó, sino que promovió con entusiasmo. Algo que nos enseñó y llevaremos con nosotros en su honor.
Sus últimos cuatro años y medio fueron otro calvario. Le fue diagnosticado un cáncer terminal, de esos que acaban con uno en cuestión de tres o cuatro meses. Pero Santiago, una vez más el gladiador insigne, se somete a un aterrador proceso de quimioterapia y durante todo este tiempo extendió su partida de ajedrez con el destino. Logra terminar varias partidas sucesivas en “tablas”, robándole el tiempo a la muerte, a carcajadas, lleno de esa abrumador gusto por la vida que lo caracterizó.
Hace unos meses me llamó explorando la posibilidad de alquilar un barco para juntarnos a unos de los barcos de nuestra “Armada Invencible” en su periplo anual por Bahamas. Ambos habíamos vendido nuestros barcos. El, por su enfermedad, yo por edad y por habernos mudado de Key Biscayne a “tierra firme”. Leí entre líneas ese deseo de darse el lujo que anhelaba, una vez más, tal vez presintiendo esa transición a la que por tantos años le había tomado el pelo. Acababa de abandonar sus quimios por absoluto cansancio y realización de que era más importante la calidad de vida restante que prolongar una agonía inútil, cargada de dolores. Sin pensarlo dos veces, Cecilia y yo le dijimos que los acampanaríamos sin importarnos cualquier pensamiento de prudencia sobre: “qué pasa si de pronto durante el viaje…..?’ Fue la decisión más sabia y placentera que tomamos en mucho tiempo.
Santiago se nos fue, fiel a su credo, fiel a su positivismo, fiel a su generosidad con su tiempo y con su cariño. Sabía perfectamente lo que se le esperaba. Murió como dicen en las películas, “con las botas puestas”. Antes de salir nosotros de viaje al Medio Oriente, cenamos con él en casa de Alan y Beli Ojeda. Como si presintiera su inminente partida, al despedirme me dio un beso fraternal con que siempre nos saludábamos y me dijo: ”no se si nos volvamos a ver”.
Faltando pocas horas para partir, andaba repartiendo su colección de puros Montecristo, y dejando claro cómo debería ser la fiesta, (nada de funerales, por favor!), celebrando su vida y su legado. Eloisa, siempre fiel a esa misma filosofía de un buen vivir y un buen morir, llevó a cabo dicha celebración con música y sin lamentaciones, aun cuando por dentro se estuviera reventando de dolor.
Pocas personas en la vida marcan la vida de las personas que las rodearon. Santiago Morales y Eloisa son, efectivamente, una de esas parejas que nos marcó indeleblemente. Que alegría y que suerte, tenerlos con nosotros. Y lo digo en presente, porque Santiago seguirá siendo parte de nuestra vida, pues entró en nuestro entorno para quedarse. Rodrigo Arboleda; Noviembre 17 2022